sábado, 3 de diciembre de 2011

Capitulo 1 El comienzo


El sol me quitaba el sueño mientras el palacio iniciaba su movimiento, abrí los ojos viendo el bonito dosel sobre mi cabeza, aquel dosel azul que recordaba desde niña. Me levante despacio sintiendo la piedra helada bajo mis pies. Me acerque al ventanal por el cual entraba el sol, aparte las enormes cortinas dejando que entrara el recién nacido que iluminaba toda la habitación. Abrí aquella ventana dejando que el viento de la mañana revolviera mis rizos rojizos y hiciera volar mi camisón blanco.

Me senté en el borde de la ventana viendo como los sirvientes iban y venían, se que era muy pronto para una noble como yo pero me era indiferente. Era encantador ver como el castillo despertaba, miré hacía abajo y aquel dulce sirviente de cabello de azabache me observaba, con un movimiento elegante me hizo una reverencia a la cual respondí con una sonrisa, la suya era mas bella pero no paró siguió con su trabajo aunque su señora le observara.
La puerta del dormitorio se abrió y entro mi sirvienta con una jarra de agua que dejo en el tocador, me observo y con una sonrisa se fue directa al armario.
-Mi lady no comprendo cuando duerme vos, siempre que vengo a despertarla usted esta sentada en esa ventana observando el patio.- Me levanté de la ventana y fui hacia el tocador depositando el agua en aquella pequeña palangana, me lave y fui a buscar el bonito vestido color crema que reposaba sobre la cama. Observe mi reflejo y me horroricé al pensar que aquel chico me había visto así, debajo mis ojos verdes reposaban unas ligeras ojeras y mis rizos eran semejantes a la melena de un animal salvaje.
Mi sirvienta me ayudo a ponerme el vestido, a peinar los rizos y mis pies ya reposaran en los zapatos color crema con una rosa en la punta.

Bajé hacía el comedor notando como la falda acariciaba el suelo a cada paso, mi padre presidia la enorme mesa mientras mi madre desayunaba a su derecha y mi hermanita Eleni al lado de ella. Me acerqué sentándome a la izquierda de mi señor padre.
-¿Jovencita, hoy que harás?- Mi señor padre me miraba con sus ojos verdes semejantes a los míos, su rostro era dureza pura pero en su tono de voz había un amor que solo se siente hacia la sangre de tu sangre.
-Supongo que costura y escritura como se espera de mi, mi señor padre.- Él se echo a reír.
-No Gabrielle hoy tendrás que aprender como llevar un reino, tendrás guardias pero la gran responsabilidad recaerá sobre tus finos hombros. Nadie te dirá que hacer, yo solo puedo dejarte las lecciones pero dentro de tu mente.- No me veía capaz de llevar todo lo que mi padre tenía, pero era mi obligación, si fallaba, le fallaba al reino. Cogí mi copa para poder tragarme el nudo que se había formado en mi garganta.

Me dirigí con mi señor padre a la sala del trono donde los súbditos esperaban, me senté en el trono que pertenecía a mi madre a la derecha de mi señor padre. Sentía todos los ojos puestos en mi pero los que más llamaban mi atención eran aquellos ojos color plata que se perdían entre la gente. Nunca pensé que tan duras fueran las obligaciones, no podía con aquel cargo, todas mis decisiones eran erróneas y no era capaz de solucionar los problemas de los aldeanos. Me levanté y eche a correr, aquello no era para mi, sentí la mirada de mi señor padre siguiéndome hasta que salí de la sala, no me hacía falta mirarlo para saber que le había decepcionado. Salí al jardín perdiéndome entre las hermosas flores, ellas si lo tenían sencillo, solo debían ser bellas y procurar coger agua, no se les pedía nada mas, en cambio yo no era capaz de ser lo que se esperaba de mi, me senté en uno de los bancos de mármol, solté todo el aire de mis pulmones, escondí mi rostro entre las manos, sentía una vergüenza atroz por no saber hacer nada a derechas, nunca sería una buena reina.
-¿Por qué os lamentáis?- Aparte las manos y vi al joven de pelo azabache y ojos de plata, su mirada era de preocupación.
-Jamás seré lo que esperan que sea, habéis visto que no se reinar, no se decidir, no podre hacerlo jamás.- Se sentó a mi lado sin aparta ni un segundo sus ojos de mi.
-Nadie nace aprendido mi princesa, vos sois una princesa debéis aprender a ser una reina, lo tenéis en la sangre, solo debéis sacarlo a la luz. Si vuelve con paso tranquilo y una sonrisa en sus hermosos labios su padre no podrá mostrarse enojado con vos.- Sonreí a aquel joven, siempre tenía las palabras adecuadas para impedir que la desesperación se apoderara de mi.
-Muchas gracias.- Besé su mejilla y me volví hacía la sala del trono donde me esperaba el trono que un día sería legítimamente mio.

Quince de setiembre, era mi día, cumplía dieciocho años, cada vez veía mas cerca el trono y las obligaciones, aunque miraba el espejo y seguía viendo a la misma niña de ayer, con los rizos rojizos cayendo por la espalda del vestido azul claro y los enormes ojos verdes brillando sobre el rostro pálido. Decidí que en tal celebración debía llevar el escudo de mi casa, el medallón que reposaba sobre mi pecho, ese medallón con un búho de obsidiana con las alas abiertas brillando en el centro, se podían ver unas virutas rojas como la sangre que simbolizaban sus ojos, estaba sobre el fondo de plata que realzaba ese material negro como la noche. Me puse los pendientes con el mismo búho pero de alas cerradas, fueron creados para aquel medallón, el búho de obsidiana sobre el fondo de plata.
Oía la música que me llamaba como si pronunciara mi nombre, desde el espejo puede observar como se abría la puerta de mis aposentos y se asomaba la pequeña melena castaña lisa que con enormes ojos azules me estudiaba.
-Pasa Eleni, ¿qué te parece mi vestido?- la pequeña niña cerró la puerta a su paso, acercándose - ¿Qué te gusta o no?
-Si, es bonito.
Por el espejo veía como me seguía estudiando, con su vestido violeta, con unos lazos en el pelo del mismo tono y su amada muñeca en la mano, con unos lazos igual que los suyos. Era una muñeca de porcelana que padre le había regalado por su cumpleaños, la pequeña muñeca se parecía a ella con el cabello castaño y los ojos azules muy abiertos.
-¿Te a mandado padre a buscarme?
-Si, hay un montón de gente y te esperan, todo el mundo nos mirará. ¿Gabrielle no te da vergüenza?- me decía mientras miraba al suelo con sus mejillas coloreadas.-A mi si, no me gusta que me miren.-Me di la vuelta mientras ella levantaba la mirada del suelo.- No me gustan sus miradas.
La levanté del suelo haciendo volar nuestras faldas. La besé en la mejilla mientras la acunaba y se abrazaba a mi.
-Cariño, te tienes que acostumbrar, siempre nos mirarán, padre es importante y tu y yo somos su orgullo, las que tendremos que seguir con su cargo. Debemos bajar, nos esperan.- La niña sonreía abrazando a su muñeca.
La solté en el suelo y acaricié su melena.

Al llegar al gran salón todo el mundo nos observaba como Eleni decía. Entre halagos y aprobaciones pasaban las horas mientras mi pequeña hermana jugaba y yo sonreía a todo el mundo, era feliz, nuestro mundo era perfecto.

A las afueras de nuestro hogar en la noche más cerrada se oían los gritos de la revolución mientras que la gente de mi alrededor reían ajenos a ella, pero de repente, un fuerte sonido, la gente dejó de reír y empezaron a gritar.
Eleni corrió hacía mi, la cogí en brazos mientras observaba lo que sucedía a nuestro alrededor, de repente alguien agarró mi mano mientras Eleni lloraba y yo seguía paralizada. Era el hermoso joven de pelo azabache y ojos de plata fundida. Aquel joven sirviente que siempre estaba a mi alrededor.
-Mi Lady acompáñeme deprisa, yo las sacaré de aquí, vengan.- Nos arrastro por unos pasillos que tan ni siquiera yo sabía que existían. Al llegar al final estaba mi sirvienta, una muchacha delgada de rostro fino, con dos capas en la mano, una era mi bonita capa azul marino y la otra era la capa de Eleni que seguía llorando contra mi pecho.
-Mi Lady póngase la capa y póngale la capa a su hermana- yo obedecí soltando a la niña, que lloraba sin soltar su muñeca, le puse la capa por los hombros y se la anudé al cuello lo mismo hice con la mía.
La volví a recoger poniendo la capucha sobre su pequeña cabecilla lo mismo hice con la mía mientras seguía al muchacho que nos había llevado hasta allí.
-Mi Lady su caballo esta ensillado cójanlo y váyanse, lleguen hasta la posada que se encuentra en el Boulevard des Capucines, allí las esperarán y les darán cobijo, tenga esta bolsa contiene dinero que nos dió su padre para usted.

Salimos al exterior en dirección a las cuadras, monte a Eleni y subí con ella, la abracé fuerte. Ella levantó la mirada, vi sus hermosos ojos azules inundados de lágrimas, besé sus mejillas y le susurré al oído:
-Todo pasará, estaremos bien, yo te cuidaré, te lo juro mi corazón.- Salimos a galope de palacio, la gente no se percató de nuestra huida mientras entraban en nuestro hermoso hogar, llegando a la posada la muchedumbre iba desapareciendo. Una vez en ella todo pareció calmarse, Eleni ya no lloraba porque las lágrimas se le habían secado y no tenia más para llorar.
La mujer de la posada cuidó de nosotras, nos trajeron nuestros vestidos y vivimos medianamente bien, no era palacio pero conservamos la vida. Aunque seguía esperando al chico de cabello azabache que nos sacó de aquella locura.
Era la encargada de la educación de mi pequeña Eleni pero aún así había días en los que ni siquiera las tareas propias de una dama me quitaban al muchacho de mi cabeza, solo estábamos nosotras con nuestras pequeñas mantas bordadas, pero jamás perdería a mi pequeña por muchas adversidades que se nos presentarán y por mucho que la gente viniera yo los apartaría de ella con mis manos si fuera necesario.
Aunque Eleni no comprendía lo que pasaba a nuestro alrededor una niña de su corta edad no entendía porque huíamos de casa o tan ni siquiera donde estaban nuestros padres. Yo no es que supiera mucho solo que era una especie de revolución donde mataban a todos los nobles como nosotras, por eso el huir, por eso el correr y abandonar todo lo que había sido nuestra vida.

Una noche llegó el chico al cual esperábamos, sonrió al vernos y me entregó un bonito ramo de flores.
-Mi Lady os llevaré hacía el sur, donde no puedan dañaros se lo prometí a vuestro padre, iremos a las afueras de París hasta que la situación se normalice- Eleni me cogía fuerte la mano, mientras sentía la mirada de sus ojos azules en mi.- Pero de momento simplemente cambiaremos de lugar, esta posada, ya no es segura para vos.- En sus ojos de plata había una expresión que me hacía temer lo peor de todo aquello, pero tuve miedo de tan ni siquiera preguntar y mas estando la niña allí presente era demasiado dulce para sufrir el mal que nos aguardaba.
Recogí nuestras cosas, mientras la niña me miraba me di la vuelta y vi que el mar de sus ojos estaba apunto de desbordarse, no entendía y se que eso la dañaba era una pequeña muy inteligente y solo verme ya sabía que algo sucedía aunque de su boquita no salieran las preguntas indicadas.
-Eleni, ven aquí, -la niña se acerco a mi con su pequeña muñeca lo único que le quedaba de la niña que había vivido en el palacio- se que no lo entiendes, ya lo comprenderás ahora no es el momento mi princesa, ahora estamos tu y yo.
-Lo se, Gabrielle, se que no me dejaras, pero...¡quiero saber!¡no soporto no entender!- el mar se había desbordado y rodaba por sus mejillas, se mordió su pequeño labio y siguió hablando- perdona tata, es que quiero a madre, quiero estar con ella- volvía a ser la niña pequeña la que necesitaba a su madre, necesitaba el amor de ella y su protección pero no sabía si ella seguía viva, nuestra hermosa madre, la mujer de cabellos rojizos como el fuego y ojos azules como el mar, la mujer que con una mirada calmaba cualquier temor y no se encontraba a nuestro lado así que el temor no desaparecía.
El muchacho nos esperaba en la puerta apoyado en el marco de esta, mientras notaba su inquietante mirada en mi, sus ojos de plata se clavaban en mi.
-Mi lady siento interrumpir vuestra intimidad, pero debemos partir- no movió ni un musculo mientras observaba a mi hermana llorar, su cara parecía una mascara pálida de cortesía, esa cortesía que se tiene cuando no se siente cuando el corazón esta helado.
-Por cierto no me has dicho tu nombre- El sonrío, su sonrisa me hizo estremecer solo era lo que quería mostrar, sin emoción, sin nada.
Miró directamente mis ojos y contesto pausadamente:
-Mi nombre es Damien- parecía divertido mientras cogía nuestros baúles como si fueran plumas.

Abrace a la niña, la sujete fuerte y partimos a nuestro nuevo destino, acompañadas por él.
Esta vez la posada estaba a las afueras de París era menos lujosa que la anterior pero fuimos recibidas con los brazos abiertos, la dueña era dulce con Eleni y conmigo, era una mujer mayor que seguramente jamás había tenido a una niña en sus brazos. Damien por otro lado estaba todo el tiempo con nosotras, llevando a cabo todos nuestros ruegos pero era como una sombra, estaba allí pero nadie detectaba su presencia, era un vigía que durante las noches desaparecía sin dar explicaciones de nada de lo que hacía, era un alma libre de movimientos elegantes.

Una de las noches en las cuales él no se encontraba con nosotras me senté a las afueras de la posada en el jardín rodeado por una pequeña vaya de setos, era espacioso con flores que le daban un aire tranquilo, apoye la cabeza en mis rodillas recordando el pasado, mi palacio, mi vida, que ahora no había nada de ello solo quedaba los ropajes que resaltaban respecto a la miseria que me rodeaba por ello mi melancolía crecía echaba de menos a mi padre, al hombre de rostro duro, ojos verdes brillantes y cabello de madera, por una vez añoraba sus normas, su cortesía, sus clases de llevar un reino. De repente una presencia rasgo la noche sacándome del pasado, devolviéndome al presente y al darme la vuelta ahí estaba él, observándome, casi no se le diferenciaba en las sombras, era un chico extraño parte de las sombras pero con una luz que su mascara de cortesía dañaba.
Iba vestido con ropa sencilla, eran negras como todo lo que le rodeaba, resaltaba su hermoso rostro blanco, sin muchos adornos solo un pequeño pendiente en la oreja derecha, parecía de obsidiana por el brillo y el color. El pelo le brillaba, más negro que la misma noche y sin peinar pero aún así era un cabello magnifico. En sus ojos brillaba aquella plata imposible de descifrar y en su boca una risa divertida. No era musculoso pero tampoco poca cosa, estaba bien formado. Se acerco a mi con su paso elegante, con su voz dulce y encantadora me dijo:
-¿Puedo acompañaros?
-Por supuesto, te debo la vida- sonreí mientras él se sentaba a mi lado.
-Parecéis triste, ¿Tanto añoráis el pasado?- su expresión había cambiado, ya no estaba presente aquella mirada divertida, sino preocupación por mi, la mascara cedía mostrando a un joven que poseía sentimientos.
Note que me sonrojaba bajo su mirada.
-Si y no, sufro por mi hermana. Damien, ella no entiende esto, eso la preocupa y le duele.- Me miro preocupado mientras parecía que pensaba una solución, cada segundo su mascara caía, dejándome ver otro ser humano.
-Puedo hacer que lo comprenda si es lo que quieres.- Su mirada era serena y no había ningún signo de burla en su mirada.
-¿Como?- Le mire directamente a los ojos, que parecieron ensombrecerse. Sacudiendo su cabello respondió:
-Si se lo contara se asustaría y se apartaría de mi para siempre y no quiero que eso suceda,- Aparto la mirada poniendo las manos en su regazo, estallo la mascara que guardaba sus sentimientos mostrando una vergüenza atroz hacía si mismo-, confié en mi, puedo hacer que ella comprenda.
-Jamás me asustare de ti, te debo mucho y por supuesto que confió en ti, sino ¿que haría aquí?-Volvió a mirarme a los ojos mientras sonreía, la vergüenza paso a segundo plano, estiro su mano y la poso sobre la mía que reposaba en la hierba al lado de mi cuerpo. Su tacto era frío y agradable, yo notaba que ardía, mirándole a los ojos notaba que me hundía en el mar de plata que era su mirada. Pero en los acontecimientos románticas siempre sucede algo que los estropea y esta no iba a ser excepcional.
De la nada apareció Eleni con su cabello color madera revuelto y sus ojos azules muy abiertos. Paso entre los dos obligándonos a separarnos y escondió su pequeña cabeza en mi regazo. Se reía, y detrás de ella la dueña de la posado con un cepillo en la mano.
La mujer abrió mucho los ojos al notar que había roto nuestra atmósfera romántica, Damien la miraba, como si la plata hirviera en esos bonitos ojos y la mascara se recompusiera poco a poco. Yo me eche a reír a la vez que mi pequeña hermana, obligando lo a sonreír también.
-Perdonen, la intentaba peinar y... huyo- la mujer parecía más calmada mientras hablaba, pero miraba a Damien como si él le causara terror o algo parecido.
-Tranquila es normal, lo suele hacer, yo me ocupare no se preocupe.-Levante a la niña de mi falda, hice un acope de valor y bese a Damien, era nuestro momento y la loca de mi hermana no lo iba a estropear. Vi la sorpresa en su mirada, bueno no solo suya las dos allí presentes también mostraban sorpresa. Sus labios eran fríos como sus manos pero finos y agradables, me llamaban a besarlos de nuevo.
Me levante de un salto sonriendo a Damien, agarre a Eleni de la mano cogí el cepillo de la mano de la señora y me dirigí dentro de la posada a arreglar aquel pequeño ángel.
Cepillando su pelo pensaba en como madre se sentaba así con Eleni en la falda peinandola y cantando, me encantaba su dulce voz, Eleni tarareaba la melodía y yo empece a cantarla como hacía madre, no era igual ya que mi voz no era tan maravillosa, al terminar aquella canción volví a sumergirme en mis pensamientos y en Damien, cuando estaba en palacio él ya llamaba mi atención pero ahora era todo lo que teníamos y era quien cuidaba de nosotras haciendo de todo para que pudiéramos vivir medianamente bien.
Era extraño pero era guapísimo y cuidaba de mi como si de un miembro de su familia me tratara y eso hace que me sienta como alguien especial para él, pero creo que solo era un tonteo, ya que soy la hija del rey y seguro que su misión era mantenerme viva y darnos una vida similar a la que teníamos, aunque le haya entregado mi primer beso y eso es algo muy importante para una dama de noble cuna y mas siendo un sirviente.
-Gabrielle, ¿Te gusta ese chico?- Note como enrojecía mientras Eleni me observaba con sus enormes ojos azules que daban la misma tranquilidad que la mar en calma, mientras jugaba con su pequeña muñeca.
-No lo se, tiene algo, que hace que me recorran escalofríos cuando me toca. Y es frío pero en el sentido de temperatura, je je- Eleni me miraba con cara extraña mientras yo reía como una tonta.
Ya tendría tiempo para comprender aquellos detalles de momento solo debía ocuparse de su pequeña muñeca y no pensar en todo lo que habíamos perdido en tan poco tiempo.

Al acabar de cepillar su pequeña melena color madera apareció él, clavo sus poderos ojos en mi como si quisiera decirme alguna cosa. Estaba apoyado en la puerta con su pose elegante y señorial.
Me levante y me acerque despacio a él como una niña temblorosa, su mirada no era la misma que cuando habíamos estado hablando en el exterior.
-¿Que pasa Damien?-Note como me temblaba la voz, lo vi diferente, su cara era de un color más rosado y alguna cosa en mi interior me decía que corriera, era como el miedo que se le tiene a un lobo, es un miedo que sientes en tu interior que te pide que corras y que no pares hasta sentirte totalmente segura. No me deje llevar por ese terror y pose mis pequeñas manos en su brazo, tenia un tacto más cálido pero aun así era frío. Y la mascara había vuelto a colocarse en su lugar, mezclada con esa parte que se avergüenza de si mismo.
-Nada, venia para preguntaros que si queréis que se lo explique a su hermana- su voz era calmada sin sobresaltos, aunque su cara era sombría.
-Por supuesto, pero llamame Gabrielle, y no es necesario que me trates de usted. Recuerda hemos de pasar desapercibidos.- Vi su sonrisa, esa sonrisa encantadora y dulce- Eleni, ven. Damien quiere hablar contigo.
La niña se acerco todavía más calmada, en los enormes ojos azules había un recelo, como temor, no era la única que sentía aquello hacía él. Cogí su mano y la arrastre hasta él. Damien bajo a su altura mientras la miraba a los ojos, con una sonrisa me miro y dijo:
-Gabrielle, por favor ¿puedes dejarnos hablar a solas?- Dentro de mi había una cosa que me decía que adelante sin miedo, pero otra que me decía que cogiera a Eleni y corriera.
-Por supuesto- salí hacía el pasillo con paso tranquilo. El rato que estuve sola no escuche nada extraño solo hablaban, por supuesto que pensé, seré estúpida. Porque Damien era una buena persona en sus ojos de plata detrás de la mascara se veía pero aún así estaba intranquila, juguetee con el medallón hasta que salieron los dos, Damien me sonrío tomándome con delicadeza por la cintura y acercándome hacía él. Sentía mi pulso latir con fuerza y mi rostro tomar un tono rojizo, acarició mi mejilla con mucho cuidado como si temiera que me rompiera, me beso con dulzura sus labios no eran tan fríos como recordaba pero aún así escondían amor y deseo.

Las preguntas de Eleni eran menos dolorosas ya que eran preguntas sin importancia y si tenían importancia no eran sobre que haríamos ni que sería de nosotras. Damien era dulce y encantador admito que con un susurro de su aterciopelada voz me seducía, sus besos tenían pasión escondida, pero lo que mas demostraba era un anelo, como si hiciera años que no sentía amor, como si no hubiera sentido nada.

Como cada noche Eleni reposo su cabecita en mi regazo mientras yo le cantaba la canción que tanto le gustaba para que pudiera dormir, pero esa noche era distinta, un vació se alojaba en mi corazón, pensar que solo tenía a Eleni me desgarraba por dentro. Se durmió enseguida dejando que el país de los sueños la llevara a casa de nuevo. La arrope mientras sonreía dulcemente y salí al jardín donde nacía un rosar que escalaba por la pared como si necesitara huir del hermoso jardín para poder sobrevivir. En mi caso no era necesario escapar de ningún lado pero aun así añoraba la seguridad que me daba mi padre, solo con su mera presencia parecía que nada pudiera pasarnos pero no era así, nos paso y lo perdimos, lo único que me consolaba era que el mes que habíamos pasado a las afueras de París nos trataban como si fuéramos de la familia, pero no eran nuestra familia y eso era una garra helada que me dañaba.
Empece a notar las lagrimas rodando por mis mejillas, no se porque, pero lloraba, ahora era yo, me sentía como si el mundo se evaporara como si todo lo que me importaba se pudiera ir como paso la otra vez ya que solo me quedaban Eleni y Damien, pero él estaba porque mi padre se lo ordeno, quien sabe si su amor era real o si solo quería la corona que me pertenecía, aunque la veía muy lejana, como un sueño.
Alrededor de mis hombros note unos brazos fríos que me protegían, Damien me veía llorar, y eso me avergonzaba, pero no podía pararlas, no querían dejar de caer, su gesto era dulce pero no podía dejar de pensar en que podía ser simple teatro.
Note como me elevaba del suelo y cuando me di cuenta estaba abrazada a él sentada en su regazo, llorando como una niña pequeña mientras él me susurraba:
-Yo cuidaré de vosotras- su voz era tranquilizadora. Mire hacía su rostro y vi la preocupación en los ojos.
-Cuidaras de nosotras porque eres fiel a mi padre ¿verdad?- le dije entre sollozos, seguramente estaba allí por eso o por la avaricia que podía mover a cualquier hombre.
-Al principio si, no quiero mentirte. Nunca desee sentir lo que siento por ti- en sus ojos se reflejaba un amor infinito- pero el amor nos traerá dolor, no soy como tu.- Mi corazón latió con fuerza me amaba y no le atraía la avaricia ni el poder.
-¿Que me dirás?¿Que soy noble y tu no? ¡¡Te amo!! no me importa tu clase ni la miá, no me importa porque ya no pertenezco a ningún lugar solo te pertenezco a ti.- Vi como movía la cabeza como su cabello negro volvía a su sitio, el corazón se me heló, su gesto reflejaba abatimiento y negación.
-No es eso, cuando sepas la verdad me obligaras a soltarte- su rostro era una mascara de dolor y sus ojos un foso de amor sin fondo, era contradictorio, me amaba pero él sentía que aquello estaba mal.
-¡¡No!! jamas, te quiero.- Le abrace con mas fuerza, no quería que nadie me separara de él.
-Yo también te amo- note el tacto de sus labios fríos sobre los míos- esto es un error lo sabes ¿verdad?- Parecía que yo hubiera vencido una batalla, que no había comenzado, un combate entre el deber y el querer.
-No, no lo se- mis ojos empezaban a secarse y su mascara empezaba a quebrarse.
-Soy el depredador Gabrielle, mucho más peligroso que los que posen la guillotina- su voz era sería aunque la pena que sentía también era significativa. El pulso callo en picado, no podía ser era un traidor, pero me amaba, por eso era el deber y el querer. Era el poder contra el amor, la eterna batalla que pocas veces dejaba sitio al amor.
-No puede ser ¿me venderás?- me estrecho fuerte entre sus brazos como si fuera un tesoro, como si hubiera dicho la mayor tontería que mi mente hubiera podido concebir jamás.
-Jamás, soy un vampiro, soy eterno, soy el diablo y tu eres una pequeña querubín entre mis garras, me da miedo apretarte por si te rompes- no sentí horror, algo en mi interior me decía que jamás seria su presa, que jamás estaría en su dieta, que nunca me dañaría, era su bien mas preciado. Todo su temor era dañarme, era hacer algo que me asustara algo que me alejara de el para siempre, pero eso no sucedería mientras pudiera evitarlo.
-¿Que comes?-Pregunte con toda la inocencia que podía mostrar mi voz, aunque en el fondo de mi ser lo sabía, pero no lo veía capaz de matar a ningún ser humano.
-Lo que puedo, no mato jamas, solo cojo la sangre y borro los recuerdos para nunca volverlos a ver.- Eso me tranquilizo, pero si hacía aquello porque no tomarla de mi, porque no coger mi sangre era suya igual que yo.
-Toma de mi, yo puedo generarla y no me mataras. Eso nos unirá- me miro horrorizado, pero pareció entrar en razón, aunque en sus ojos se podía observar que seguía sin estar de acuerdo - Piénsalo sera nuestro secreto, pero prometeme que si algo pasara tu tendrás que cuidar de Eleni, permitir que crezca y viva.
-Lo prometo- su mirada de plata decía que jamas me mentiría, beso mis labios, bajo por la barbilla rozándola con el tacto helado de sus labios hasta llegar a la garganta.
-Muerde, no temas- note un pequeño pinchazo y una sensación agradable de compartir mi vida con él, lo que yo era quedaba a su merced, él era el único que tenia mi vida en sus manos.
Note que desfallecía en sus brazos, pero él me sujetaba no iba a permitir que yo cayera, no permitiría que la oscuridad me engullera.
Desperté en mi habitación al lado de Eleni, la niña dormía igual que cuando yo la había dejado, me levante despacio de la cama y vi a Damien observándome desde la puerta, su pose era elegante, magnifica, nadie podría pensar jamás que se llamaba monstruo a si mismo, era como un ángel, un ángel que cuida de mi y vigila mi sueño.
Su rostro lucía mejor, tenia un poco más de color, aunque en la plata de sus ojos había culpabilidad y preocupación, pero no se movía como si pudiera horrorizarme que se acercara a mi. Sonreí estirando mis brazos hacía él, su rostro pareció relajarse, su pose se volvió mas humana y su cuerpo perdió tensión.
-¿Que sucede amor? No me has echo daño, no me duele estoy bien- se acerco a mi, con paso tranquilo mientras yo le esperaba con los bazos extendidos, se sentó en la cama junto a mi dejando que lo envolviera en mi abrazo, apoyo su cabeza en mi pecho mientras mi pulso se aceleraba- ves tienes mejor color y más calor.- Bese su frente, a su rostro volvió parte de la tensión, acaricie con suavidad su precioso cabello azabache para eliminar aquella tensión.
-Soy un monstruo ¿como he podido beber de ti?- Se culpo como si me hubiera obligado, como si no hubiera sido de mi agrado darle aquella sangre, darle parte de mi ser.
-No eres eso, eres bueno. No te culpo fui yo quien lo quise y siempre lo querré, quiero estar contigo y quiero que bebas de mi, ser yo quien te de vida.- Mire sus ojos y pude ver como la culpa iba desapareciendo pero aún así quedaban restos que sabía que jamás desaparecerían- tomala siempre que quieras, es tuya como yo.
Levanto la cabeza hacía mi rostro, vi como sonreía y me mostraba sus pequeños colmillos, baje la mano sin poder resistirlo, hacía su rostro de ángel afligido, acaricie su labio alrededor de esas finas cuchillas, su sonrisa se desvaneció, aparte la mano, mi gesto pareció incomodarle.
-¿Porque no te horrorizo?- Puso cara de extrañado que me obligó a sonreír, esa sensación de incomodarlo desapareció totalmente.
-Porque te quiero y no me asustaras por mucho que lo intentes- sonreí mientras su mirada cambiaba de serena a traviesa. Con un movimiento suave y rápido me tenia entre sus brazos sin que tan ni siquiera me diera tiempo a reaccionar, beso mi cuello y murmuro:
-Admítelo te has asustado, je tu corazón no miente y late con energía- Apoyo su mano en mi pecho mientras sentía mi corazón latir- es tan agradable esa sensación, me encanta y sobre todo si es el tuyo, me demuestra que estas viva y eres real, que no es mi mente jugando.
-No me has asustado a sido un sobresalto, no lo esperaba, no soy ningún sueño, soy alguien que te ama- repose entre sus brazos con los ojos cerrados mientras mi corazón se relajaba, apoye la cabeza en su pecho, no oía su corazón, pensé en que Damien si podía ser un sueño.
Al abrir los ojos vi como Eleni se despertaba, volvía a tener el pelo revuelto y los ojos a medio abrir, al contrario que su pequeña boca que se abría sin cesar. Su mirada inocente nos observo, sonrió mientras se frotaba los ojos.
-Gabrielle pareces de un cuento.- Pude oír la risa de Damien, extendí los brazos, Eleni gateo por la cama hacía mi, refugiándose en mi, su respiración se volvió relajada como si el sueño hubiera vuelto a buscarla. Era una sensación maravillosa, estar en los brazos de mi amado con mi pequeña hermana entre los míos.

El tiempo trascurría como si de un sueño se tratara, dentro de toda la oscuridad Damien y Eleni eran la pequeña vela que te guiá, esa llamita que no se extingue, que te indica por donde caminar. La revolución seguía en pie y el pueblo no desistía en nuestra búsqueda, en la realeza no quedaba nada para nosotras, ni siquiera podía llegar a asegurar que nuestros padres vivían, yo rezaba por ello cada noche, sostenía mi medallón y rezaba por si alguien, quien fuera escuchaba mi rezo, solo deseaba volver a ver aquellos ojos que nos deleitaban con amor.
Baje al jardín para esperar a Damien, algo en mi interior me decía que fuera allí, una sensación, como la paz antes de la tempestad, me senté en la hierba y le vi llegar, sus movimientos felinos que tanto le caracterizan, pero en ellos había tensión, Se dejo caer a mi lado, sus ojos eran oscuros, como si en su interior un debate hubiera estado teniendo lugar. Apoye mis manos en las suyas , miro mis ojos, había tristeza y oscuridad que me asustaba.

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